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viernes, 1 de julio de 2011

Simulacro y simulaciones (parte I)


El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad, es la verdad lo que oculta que no hay verdad alguna. El simulacro es cierto. Ecclesiastes

Podemos tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de Borges donde los cartógrafos del Imperio dibujan un mapa que acaba cubriendo exactamente el territorio: pero donde, con el declinar del Imperio, este mapa se vuelve raído y acaba arruinándose, quedan unas pocas tiras aún discernibles en los desiertos - la belleza metafísica de esta abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia de la tierra, tal y como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real). La fábula habría llegado entonces como un círculo completo a nosotros, y ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de segundo orden.

La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: algo "hiperreal". El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.

De hecho, incluso invertida, la fábula es inútil. Quizá sólo queda la alegoría del Imperio. Puesto que es con el mismo imperialismo con el que los simuladores de hoy en día intentan que todo lo real coincida con los modelos de simulación. Pero ya no es cuestión que se decida entre mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre ellos que era el encanto de la abstracción. Ya que es la diferencia lo que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. Este imaginario representacional, que ambos terminan por el loco proyecto del cartógrafo de una coextensión ideal entre el mapa y el territorio, desaparece con la simulación, cuya operación es nuclear y genética, y ya no especular y discursiva. Con ella va toda la metafísica. No más espejo del ser y las apariencias, de lo real y su concepto; no más coextensión imaginaria: más bien, es la miniaturización genética la dimensión de la simulación. Lo real se produce a partir de unidades miniaturizadas, de matrices, bancos de memoria y modelos de comandos y estos pueden reproducirse un número indefinido de veces. Ya no tiene que ser racional, puesto que ya no se mide respecto a algún ideal o instancia negativa. No es más que práctico, operacional. De hecho, ya que no está envuelto por un imaginario, ya no es real para nada. Es hiperreal: el producto de una síntesis de modelos combinatorios en un hiperespacio sin atmósfera.

En este pasaje de un espacio cuya curvatura ya no es de lo real ni de la verdad, la era de la simulación empieza con una liquidación de todos los referenciales- peor aún: por su resurrección artificial en sistemas de señales, que son un material más dúctil que el significado, en los que se prestan a todos los sistemas de equivalencia, a todas las oposiciones binarias y a toda el álgebra combinatoria. Ya no es una cuestión de imitación, reduplicación o incluso de parodia. Es más bien una cuestión de sustituir los signos de lo real por lo real en sí; es decir, una operación para detener todo proceso real por su doble operativo, un metaestable, una máquina de programación descriptiva ideal que proporciona todos los signos de lo real y que cortocircuita todas sus vicisitudes. Nunca más lo real será producido: esta es la función vital del modelo en un sistema de muerte, o mejor, de resurrección anticipada, que ya no deja ninguna posibilidad, ni siquiera en el caso de la muerte. A partir de ahora, sólo un abrigo de lo imaginario y de cualquier distinción entre lo real y lo imaginario, dejando espacio sólo para la recurrencia orbital de modelos y para la generación simulada de diferencias.



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