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lunes, 18 de julio de 2011

Simulacro y simulaciones (parte III)




Imaginario e Hiperreal

Disneylandia es un modelo perfecto de todos los enredados órdenes de la simulación. Para empezar es un juego de ilusiones y fantasmas: piratas, la frontera, el mundo del futuro, etc. Se supone que este mundo imaginario es el que hace que la operación sea exitosa. Pero lo que más atrae a las multitudes es, sin duda, el microcosmos social, el religioso y miniaturizado deleite en la América real, en sus placeres e inconvenientes. Aparcas afuera, en el interior de la cola, y eres totalmente abandonado a la salida. En este mundo imaginario la única fantasmagoría está en el calor inherente y en el afecto de la multitud, y en ese excesivo número de aparatos utilizados para mantener el afecto de la multitud. El contraste con la soledad absoluta del parqueadero-un verdadero campo de concentración- es total. O mejor dicho: en el interior, una amplia gama de gadjets magnetiza a la multitud en flujos directos; en el exterior, la soledad es dirigida a un solo gadjet: el automóvil. Por una extraordinaria coincidencia (una que sin lugar a dudas pertenece al peculiar encanto de este universo), pasa que este mundo infantil congelado fue concebido por un hombre que ha sido ahora criogenizado; Walt Disney, que espera su resurrección a menos 180 grados centígrados.

El perfil objetivo de los Estados Unidos, entonces, puede ser rastreado a través de Disneylandia, incluso la morfología de individuos y la multitud. Todos sus valores son exaltados aquí, en forma de miniatura y de tira cómica. Embalsamado y petrificado. De ahí la posibilidad de un análisis ideológico de Disneylandia (L. Marin lo hace bien en Utopies, Jeux d’espaces): resumen del American way of life, panegírico de los valores americanos, trasposición idealizada de una realidad contradictoria. Para estar seguro. Pero esto esconde algo más, y esta sábana ‘‘ideológica’’ sirve exactamente para cubrir un tercer orden de simulación: Disneylandia está ahí para encubrir que es el país ‘‘real’’, toda la Norteamérica real, la que es Disneylandia (al igual que las prisiones están ahí para ocultar el hecho de que es lo social en su totalidad, en su banal omnipresencia, lo que es carcelario). Disneylandia se presenta como imaginaria con el fin de hacernos creer que el resto es real, cuando de hecho todo Los Angeles y los Estados Unidos que la rodea ya no son reales, sino que están en el orden de lo hiperreal y de la simulación. Ya no es una cuestión de una falsa representación de la realidad (ideología), sino de ocultar el hecho de que lo real ya no es real, y por lo tanto salvar el principio de realidad.

La Disneylandia imaginaria no es ni verdadera ni falsa: es una máquina de disuasión creada con el fin de rejuvenecer a la inversa la ficción de lo real. De ahí la debilidad, la degeneración infantil de este imaginario. Su intención de ser un mundo infantil, con el fin de hacernos creer que los adultos están en otra parte, en el mundo ‘‘real’’, y de ocultar el hecho de que el infantilismo real está en todas partes, especialmente entre los adultos que van allí a actuar como niños con el fin de fomentar las ilusiones de su infantilismo.

Además, Disneylandia no es el único. Villa encantada, Montaña mágica, Mundo marino: Los Angeles está rodeado por estas ‘‘estaciones imaginarias’’, que alimentan la realidad, la realidad de la energía, a un pueblo cuyo misterio es precisamente que no es nada más que una interminable red de circulación irreal: una ciudad de proporciones fabulosas, pero sin espacio ni dimensiones. Tanto como las estaciones de energía eléctrica y nuclear, tanto como los estudios de cine, esta ciudad, que no es más que un inmenso guion y una película perpetua, necesita este viejo imaginario formado por las señales y los falsos fantasmas de la infancia para su sistema nervioso simpático.

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