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viernes, 29 de julio de 2011

Simulacro y simulaciones (parte IV)


Conjuro político

Watergate. El mismo escenario que Disneylandia (un efecto imaginario ocultando que la realidad ya no existe más fuera que dentro de los límites del perímetro de lo artificial): aunque en este caso es un efecto escándalo ocultando que no hay diferencia entre los hechos y su denuncia (los mismos métodos son empleados por la CIA y por los periodistas del Washington Post). La misma operación, aunque esta vez tendiendo hacia el escándalo como un medio para regenerar un principio moral y político, hacia lo imaginario como un medio para regenerar un principio de realidad en peligro.

La denuncia del escándalo siempre rinde homenaje a la ley. Y Watergate, sobre todo, logró imponer la idea de fue un escándalo- en este sentido fue una extraordinaria operación de intoxicación: la reinyección de una gran dosis de moralidad política a escala global. Se podría decir junto con Bourdieu que: ‘‘El carácter específico de toda relación de fuerza es disimularse a sí misma como tal, y adquirir toda su fuerza sólo porque es muy disimulada’’, entendida de la siguiente manera: el capital, que es inmoral e inescrupuloso, puede funcionar solamente tras una superestructura moral, y el que vuelve a generar esta moralidad pública (por indignación, denuncia, etc) espontáneamente promueve el orden del capital, al igual que los periodistas del Washington Post.

Pero esto sigue siendo simplemente la forma de la ideología, y cuando Bourdieu lo enuncia, él toma una ‘‘relación de fuerza’’ para hablar de la verdad de la dominación capitalista, y él denuncia esta relación de fuerza en sí misma como un escándalo: por lo tanto ocupa la misma posición determinista y moralista de los periodistas del Washington Post. Hace el mismo trabajo de purga y de revitalización del orden moral, un orden de verdad en que la violencia simbólica genuina del orden social es engendrada, más allá de todas las relaciones de fuerza, que son sólo elementos de su cambiante e indiferente configuración en la conciencia moral y política de la gente.

Todo lo que el capital nos pide es que lo aceptemos racionalmente o que lo combatamos en nombre de la razón, aceptarlo como moral o combatirlo en nombre de la moralidad. Al ser lo mismo, quiere decir que se puede leer de otra forma: antes, la tarea consistía en disimular el escándalo; ahora, la tarea es ocultar el hecho de que no hay ninguno.

Watergate no es un escándalo: esto es lo que se debe decir a toda costa, porque esto es lo que cada uno se preocupa de ocultar, este disimulo enmascara un fortalecimiento de la moral, un pánico moral en la medida que nos acercamos a la puesta en escena primaria del capital: su crueldad instantánea; su ferocidad incomprensible; su inmoralidad fundamental- esto es lo que es escandaloso, inexplicable en ese sistema de equivalencia económica y moral que sigue siendo el axioma del pensamiento de izquierda, desde la teoría de la Ilustración al comunismo. Al capital le importa un comino la idea del contrato que se le imputa: se trata de una monstruosa empresa sin principios. Nada más. Por el contrario, es el pensamiento ‘‘iluminado’’ el que busca controlar el capital imponiéndole reglas. Y toda esa recriminación que sustituye al pensamiento revolucionario de hoy se reduce a reprocharle al capital por no seguir las reglas del juego. ‘‘El poder es injusto; su justicia es una justicia de clase; el capital nos explota, etc. ’’ Como si el capital estuviera ligado por un contrato a la sociedad que gobierna. Es la izquierda la que sostiene el espejo de la equivalencia, esperando que el capital caerá por esta fantasmagoría del contrato social y cumplirá todas sus obligaciones con el conjunto de la sociedad (al mismo tiempo, sin necesidad de una revolución; es suficiente con que el capital acepte la formula racional del intercambio).

El Capital, de hecho, nunca ha sido vinculado por un contrato a la sociedad que él domina. Es un conjuro de la relación social, es un reto para la sociedad y debe ser afrontado como tal. No es un escándalo para ser denunciado de acuerdo con la racionalidad económica y moral, sino un reto para afrontar de acuerdo a la ley simbólica.

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