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martes, 26 de junio de 2012

LA CULPA ES DE LOS CORPÚSCULOS DE KRAUSE

                 
                    



LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES (1998), novela escrita por el francés Michel Houllebecq, es, ante todo, una novela triste, triste e incómoda. A pesar de su carga de escenas sacadas del porno institucional, gangbangs, orgías swinger y demás. Es uno de esos libros que te dejan un sabor amargo en la boca, que hacen que tu risa se torne agria. Es cierto que el libro comienza y termina con una edulcorada dosis de optimismo: la humanidad está a punto de experimentar la más grande mutación metafísica de su historia. Más grande que la aparición del cristianismo o de la ciencia moderna. El hombre será, por fin, el artífice de su propia evolución biológica y, así, de la evolución del mundo. Y es el protagonista, Michel Djerzinki, un reconocido físico, investigador en el campo de la biología molecular, el encargado de alumbrarnos el camino. Es él quien va a sentar las bases teóricas del inminente cambio: la humanidad dará nacimiento a una nueva especie, asexuada e inmortal, que superará la individualidad, la separación y el devenir. No es una idea muy original, los profetas de la ciencia-ficción vienen abordando estos temas durante los últimos cien años. Sin embargo, no debemos olvidar el carácter satírico del libro, no debemos obviar que toda la novela está estructurada como una sátira desgarradora  contra el conjunto de la civilización occidental contemporánea. Houllebecq hace uso de la ciencia (especialmente de la física y la biología), la filosofía, la historia, la sociología y de su agudo poder de observación para enseñarnos la radiografía lúgubre de la sociedad occidental. Su prosa es extremadamente cortante y glacial, no cae en ningún delirio lírico. De hecho, cuando hace uso de la poesía lo hace de un modo completamente irónico, como queriendo arrancarnos una sonrisa en medio de ese páramo de desconsuelo. En otras palabras, esa prosa fría, técnica, no es otra cosa que el reflejo perfecto de ese mundo gélido que nos describe, ‘‘…un mundo terrible, un mundo de competición y de lucha, de vanidad y de violencia. ’’ Un mundo en donde las relaciones humanas se hacen prácticamente imposibles. O, por lo menos para Djerzinski, que es un inválido emocional. ‘‘Sentía compasión, y quizá era el único sentimiento humano que todavía podía experimentar. En cuanto al resto, una reserva glacial había invadido su cuerpo; realmente ya no podía amar. ’’
El otro personaje principal de la novela es Bruno, el hermanastro de Michel, un profesor de literatura obsesionado con el sexo. Un individuo lleno de taras y de menosprecio hacia sí mismo y hacia los demás. Alguien obsesionado con el placer y con una juventud perdida que no disfrutó. Esa juventud que es el gran commodity, el bien último y definitivo de la sociedad de consumo. La juventud como antítesis del deterioro de la vejez y de la muerte. Bruno, es alguien capaz de masturbarse pensando en sus núbiles alumnas, parapetado tras su escritorio. Pero no es un enfermo o un culpable, es sólo un síntoma, el síntoma que nos señala el autor, de la corrupción y putrefacción de la sociedad. Porque Houllebecq, como otros grandes escritores (Sade, dostoievsky, Céline), es un moralista. Su discurso es el típico discurso aleccionador: ‘‘debemos volver a los placeres sencillos. ’’ Para él, la solución está en el anacronismo, en adoptar los valores de épocas pasadas, mucho antes de la aparición del concepto de libertad individual. Por ejemplo, la crítica virulenta que lanza contra la generación de los sesentas y setentas, es contundente. Según él, Charles Manson, las snuff movies y todo el culto a la crueldad, no son más que el desenlace evidente de los inconvenientes de la individualidad y sus valores y, en especial, del hedonismo exagerado de los hippies. Y es aquí, donde empiezan a rechinar los dientes pues esas tesis son de un conservadurismo radical. Bruno, es el típico personaje políticamente incorrecto. Un tipo resentido, reaccionario, racista y antiprogresista. Pero no deja de ser encantador, será porque esa es una de las virtudes de la buena literatura: hacer digerible lo aparentemente incomible.

¡Me meo en la naturaleza, hombre! ¡Me cago en ella! ¡Naturaleza de mierda, que le den por culo!- nos dice en un apartado para luego, atacando a los ecologistas, representar su ideario político: ‘‘Están contra las ovejas porque las ovejas son de derechas y los lobos son de izquierdas, pero los lobos se parecen a los pastores alemanes, que son de extrema derecha ¿de quién nos vamos a fiar?’’ En este punto, Bruno ya está internado en un hospital psiquiátrico debido a una crisis nerviosa. Sin embargo, su lucidez es palmaria. Y es precisamente aquí, con este personaje, el bufón triste, el loco lúcido, donde la profecía houllebecquiana adquiere cierta validez. Es ahora cuando podemos decir: ¿DE QUIÉN PUTAS NOS VAMOS A FIAR?

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